La muerte es un suceso inevitable. Damen Hathaway.

jueves, 17 de marzo de 2011

5. Facetas

Hola! Bueno, aquí estoy de nuevo después de casi diez días xD Dejen sus comentarios, por favor. Un blog se alimenta de sus comentarios. Gracias a los que comentan porque significa que les gusta la historia y, pido que los que decidieron seguirme también comenten, porque si sus comentarios, ésta historia se vendría abajo. Espero y disfruten el cap.
Besos y mis mejores deseos.
A. J.

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-¿Ésta es la muchachita? -preguntó con desdén el hombre sentado al otro lado de la sala, ante la mirada de Camira.
-Me llamo Camira -dijo ella ferozmente. No le gustaba que la trataran como si fuera inferior.
Él apenas pasó los ojos sobre ella de nuevo.
-Giorgio, estoy seguro de que te dijeron que trajéras a la chica que nos salvaría.
-Lo sé, señor. Ella es.
-¿Ella? -volvió a preguntar. Esta vez la apuntó con su dedo índice-. Ella es tan sólo una mundana.
-Escuche, ni siquiera sé qué rayos estoy haciendo aquí y de verdad estoy reconsiderando dar media vuelta e irme por donde vine si me sigue tratando de ése modo.
-Él lo siente -dijo una voz detrás de ellos.
Gio volteó hacia donde provenía la voz y se arrodilló, bajando la cabeza. Camira se dio cuenta de que también el hombre que le había tratado con indiferencia, se agachaba y que entonces parecía más regordete y bajito.
Con curiosidad, ella miró en dirección a sus espaldas y se quedó anonadada. Quizá había sido un error mirarlo a los ojos.
Los recuerdos la golpearon como si en realidad una mano se hubiera posado con fuerza sobre su rostro estupefacto.

Las puertas se cerraban frente a ellos y el cielo se volvía gris, cierto, pero, qué extraño, esta vez el suelo estaba donde debía estar el suelo.
Camira se dio cuenta de los que veía no era la Tierra, sino el Cielo.
Vio al hombre por el que se habían arrodillado ambos ángeles caídos y a alguien más a su lado, una mujer de largos cabellos negros, alta, esbelta. Y, con asombro, Camira vio en ambos, grandes alas salir de su espalda, ensangrentadas y magníficas después de todo.
-Deberíamos marcharnos -dijo la mujer con voz queda.
-¿Hacia dónde? -preguntó el hombre.
-Damen... No podemos seguir juntos.
El aludido levantó al cabeza hacia ella, con ojos interrogantes.
-¿Qué dices? -dijo sin aliento.
-Debes ir por tu camino, igual que yo. Debes buscar a alguien más. Nos hemos revelado, aún cuando ha sido un error. Tendremos que irnos, tendremos que vivir como lo hacíamos antes de venir al paraíso.
-Se suponía que merecíamos estar ahí.
-Se suponía, ya no -dijo decidida la chica.
-Marissa... Por favor, no... No, lo hagas.
-Lo siento -murmuró ella y el nudo en la garganta era palpable en su voz.
Marissa. Marissa. Camira paladeó el nombre en su boca. Era el mismo nombre de su madre. ¿Sería posible...?

Otro recuerdo impidió terminar la pregunta que se había formulado en su mente.

-Vienes conmigo, trayendo a una niña mundana, esperando que yo la acune en mis brazos como si nada -dijo Damen con voz serena pero rostro severo.
-Siento tanto todo lo que he hecho, pero, por favor...
-Lo siento, Marissa -dijo él-. No puedo.
El silencio se acomodó entre ellos.
-¿Por qué no? -preguntó ella con voz queda.
Damien estaba a punto de responder pero ella dijo algo que lo dejó sin habla.
-Ella es tu hija.
Lentamente, quitó la sábana que cubría la cara de la bebé y Camira se dio cuenta de que se parecía mucho a ella. Retrocedió unos cuantos pasos al darse cuenta de la verdad. Dios, era ella.

La lluvia de recuerdos terminó pero Camira no podía apartar los ojos del hombre que tenía frente a ella.
-Damen... -musitó, dio un paso al frente y luego uno hacia atrás cuando Gio se levantó rápidamente del suelo y se puso frente a ella, sosteniendo una daga reluciente contra el cuello de la chica.
-No le hables así a nuestro señor -dijo feroz y algo dentro de Camira hizo que despertara de su ensoñación.
-Giorgio, déjala -ordenó Damen con voz autoritaria.
Él se quedó donde estaba, con la mano sobre el arma.
-Ahora -repitió.
Lentamente, Gio se hizo a un lado y volvió a estar al lado de Camira. Ella no dijo nada, supuso que ellos esperaban que dijese algo, pero Camira se había quedado casi muda de la impresión.
-Me llamo Damen, pero supongo que eso ya lo sabes. ¿Te lo dijo Gio? -preguntó esperando la respuesta de Camira.
Ella sacudió la cabeza en señal de un "no".
-¿Entonces quién?
-Lo supuse -contestó Camira, sin estar segura de si debía decirle lo que había descubierto y cómo lo había descubierto o mantener el pico cerrado. Optó por la segunda opción.
Damen asintió con gesto comprensivo.
-Está bien que no quieras decirme, aún no me conoces.
-Sé quién es usted -repuso arrepintiéndose al momento de haberlo dicho al ver el rostro atónito de su padre. Luego de unos segundos, volvió a recuperar la compostura y asintió nuevamente.
-Hablaremos luego de eso, por ahora, Giorgio te llevará a tu nueva habitación.
-No pienso quedarme -respondió Camira sin el menor respeto al hombre -o ángel- que le dio la vida.
-A menos que quieras saber la verdad completa -dijo Damen.
Camira sintió cómo sus fuerzas se rendían.
-Bien -aceptó y volteó a mirar a Gio-, pero sinceramente preferiría que él ya no esté tratando de matarme cada dos por tres -dijo sin el menor deje de sarcasmo.
Damen miró severamente a Gio.
-Giorgio -fue lo único que dijo.

Gio miraba a Camira mientras caminaban por el pasillo hacia la habitación de la muchacha, preguntándose qué significaban aquellas miradas que se habían dedicado su señor y Camira uno a otro en el salón principal.
La chica iba en silencio, así que supuso que no le respondería, además, sería una falta de educación preguntarle al respecto, ¿cierto?
Oyó suspirar a Camira delante de él.
-Oye, Gio, las alas... ¿Tienes alas? -dijo volteando hacia él con una mirada curiosa que hizo que algo dentro del muchacho se removiera provocándole un cosquilleo.
Por segunda vez en ese día, él rió con ganas.
Ella lo miró sin comprender, molestándose poco a poco.
-Bien, búrlate si quieres -espetó, dio media vuelta y apresuró el paso.
-Camira -la llamó-. No te enfades, es sólo que supuse que preguntarías algo con más importancia. Es decir, acabas de conocer al señor de los ángeles caídos y lo que se te ocurre preguntar es si tengo alas -cuando terminó, soltó otra carcajada. Al ver que Camira seguía molesta, caminó más deprisa y llegó hasta ella sin esfuerzo-. Lo siento, ¿sí? -se disculpó, ésta vez con voz seria-. Creo que estoy acostumbrado a ver ángeles por todas partes que la pregunta tan sólo me causó gracia por ser algo completamente normal entre nosotros, ¿entiendes? -Sin esperar respuesta, siguió hablando-. Además, nunca antes había visto a una mundana...
-¿Podrías dejar de decirme así? -preguntó Camira, reproduciendo en su mente el recuerdo de su padre donde él mismo le había llamado de esa forma con desdén.
-Nunca antes había visto a alguien que no fuese un ángel entrar a éste lugar -se corrigió-, es algo nuevo para mí. Lo siento.
Camira volvió a suspirar.
-¿Cómo es que eres tan cambiante? -preguntó después de unos minutos de haber caminado en el más profundo de los silencios de nuevo.
-¿Cómo? -preguntó Gio sin entender qué era lo que preguntaba.
-Me refiero a que hace un momento estabas dispuesto a matarme, ahora, te estás riendo conmigo.
-En realidad pienso que me estoy riendo de tí -comentó Gio y Camira intentó ignorar la sugerencia.
-Como sea. ¿Quién eres, entonces? Porque no estoy segura de quién seas. Un momento puedes casi enseñar los dientes y en el otro eres un chico relajado riéndote de cosas que no entiendo. Por cierto, no te entiendo a tí en específico.
-Bueno, después de vivir por tanto tiempo -dijo poniéndose serio otra vez-, tienes tiempo de aprender muchas facetas.
-¿Facetas? ¿En serio?
Camira rodó los ojos.
-Claro, tonta de mí, ¿por qué no lo pensé antes?
-No lo sé, tal vez tu mente no te dio para eso -se burló Gio.
-¿Conoces el sarcasmo? Bueno, lo estaba utilizando.
Gio sólo agrandó la sonrisa que tenía en el rostro.
-Bien, hablábamos de mis facetas, pero pienso que tú también has aprendido algunas -dijo Gio con un deje de diversión en la voz, pero la sonrisa en su cara borrándose un poco-. Cuando te encontré, estabas hecha una fiera, de hecho, me di un buen golpe en la cabeza cuando me lanzaste; luego, en la sala principal parecías ida, en otro mundo...
¡Bingo!, pensó Camira. Acertaste, estaba en los recuerdos, no tan agradables debo decir, de mi padre, el que por cierto no recordaba y ahora veo el por qué: él nunca estuvo en casa como Leo había dicho.
El dolor crispó las facciones de Camira.
Leo. Ése nombre que aún causaba un extraño encogimiento de su corazón.
-Y luego, aquí estás, enojada, cosa que a mí me causa muchísima gracia -siguió Gio y, cuando terminó, se rió con ganas. Luego, volteó a ver a la muchacha y sofocó rápidamente su carcajada-. ¿Estás bien? -preguntó preocupado.
Camira asintió, no muy segura.
Simplemente acabas de ver otra mis facetas, pensó, esa que sale a luz cuando recuerdo todo el dolor que me produce el nombre de Leo.

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