La muerte es un suceso inevitable. Damen Hathaway.

domingo, 27 de marzo de 2011

7. Sorpresas

-¿Adónde vamos? -preguntó Camira curiosa después de caminar unos minutos en silencio por los pasillos de Klair.
Camira vio de soslayo cómo se formaba una sonrisa en el rostro de Gio.
-A la cocina. Siendo ángel o mundano, la comida sigue siendo comida.
Camira se sintió tonta por no haber reparado en aquella cierta verdad.
-Tienes razón -acordó ella.

Damen se encontraba solo en su despacho, sentado en el gran sillón mullido detrás del escritorio, mirando por la ventana los grandes jardines oficiales esperando que Camira pasara por ahí. Le había dado estrictas ordenes a Giorgio para que le mostrara aquella larga extensión de pasto verde y Damen esperaba que esa fuera su primera parada.
Sin embargo, no pudo seguir observando por la ventana ya que dos golpes en la puerta hicieron que girase su cabeza en dirección a ésta en acto reflejo.
-Adelante -dijo con voz firme y fuerte.
La puerta se abrió dejando ver a un joven alto, de cabello castaño, musculoso y con unos ojos vivos y atentos a cualquier movimiento.
-Damen -dijo y su voz sonó sarcástica-. Pensé que la habías dejado ir.
-¿Qué haces aquí? -dijo levantándose de su asiento, ignorando el anterior comentario del muchacho frente a él.
El chico sonrió y caminó hasta los sillones frente al escritorio de madera oscura, se sentó en uno de ellos y estiró las largas piernas.
-¿Qué no me extrañaste? -preguntó cínicamente-. Después de todo, cuidé a tu hija durante muchísimo tiempo.
-No la cuidaste, la utilizaste para tus propios planes.
Desde donde estaba Damen, no podía ver la cara del joven y, naturalmente, tampoco vio cuando su hermoso rostro se arrugó y recuperó rápidamente la compostura. Entonces, siguiendo su papel, se encogió de hombros.
-Quizá. No lo recuerdo.
Damen se acercó hacia el chico, con la cara desfigurada por la rabia.
-¡Leo! -exclamó y lo tomó por el cuello de la camisa de cuadros rojos que llevaba puesta-. Vete de aquí antes de que pierda el control.
-Ja, ¿crees que puedes matarme? ¿Crees que simplemente puedes enterrar tu mano en mi pecho y sacarme el corazón? Soy un ángel, Damen. Tú no lo eres más.
Se soltó de su agarre como si nada y se encaminó hacia la puerta. Sin voltearse a verlo, le dijo unas palabras que después de todo, Damen ya las estaba esperando.
-Por cierto, la queremos... y la tendremos, ¿me escuchaste? No hoy, pero espéralo pronto.
Después, abrió la puerta y salió cerrándola detrás de él.

Los jardines oficiales siempre habían sido bellos a pesar de su falta de vida. Los árboles proyectaban la misma sombra que cualquier otro árbol y las flores tan sólo eran un poco más opácas que las demás.
Gio le hizo una señal a Camira para que se sentara y ella le obedeció sentándose bajo el verde follaje de un gran árbol.
-¿Podrías enseñarme tus alas? -preguntó antes de que Gio se pudiese sentar. Al momento se arrepintió. ¿Y si lo había ofendido?
No obstante, él sólo sonrió.
-Sabía que era cuestión de tiempo que lo pidieras.
Se quitó la cazadora negra que llevaba puesta y también la camisa, dejando ver un trabajado cuerpo que hizo que Camira se mordiera con fuerza el labio inferior.
Entonces, algo más captó su atención.
-¡Dios! -exclamó y fijó su mirada en una cicatriz que tenía a un costado de su torso. Era larga y del típico rosa pastel del que son las heridas que ya han cicatrizado
Gio sonrió al ver hacia donde veía Camira.
-No pasa nada. Me siento orgulloso de ella.
-¿Cómo? -preguntó Camira horrorizada.
Gio rió con ganas, como venía sucediendo en las últimas horas desde que había conocido a Camira.
Ella siguió mirando la cicatriz, evitando sus ojos, como lo hacía con todo mundo, y es que cuando se permitía ver a alguien directamente a los ojos...
-Hay cicatrices de las que uno se puede sentir orgulloso, Camira -explicó el ángel caído-. Como cuando aprendes a montar en una bicicleta y caes, queda una cicatriz, pero siempre la recordarás de buena gana porque te sientes orgulloso de haberte subido a una bicicleta por primera vez en tu vida.
Camira pensó un rato sobre aquello. Quizá tenía razón. Quizá las cicatrices no eran tan malas como siempre. Entonces recordó la cicatriz que tenía justo debajo del hombro en la parte de la espalda, esa que se había hecho ante la impotencia de no poder regresar a Leo a la vida.
Sacudió la cabeza intentando no pensar en aquello, enfocándose en que nunca había montado una bicicleta y olvidándose de preguntarle a Gio por su cicatriz.
-Es curioso... Pon otro ejemplo, nunca he subido en una bicicleta.
-¿No has subido nunca a una? ¿Hablas en serio?
Camira asintió sentada, con las piernas cruzadas, ligeramente inclinada hacia adelante. Gio frunció el ceño.
-Qué mal que no tengamos bicicletas en Klair.
-Bueno, ¿me vas a mostrar tus alas? -preguntó impaciente Camira.
Gio no se sorprendió cuando se escuchó a sí mismo reír, ya no. En lugar de eso, se irguió y materializó sus alas en su espalda, sintiendo de repente el peso de llevarlas.
Camira abrió la boca de asombro y luego la cerró al pensar que Gio pensaría que era una tonta si dejaba que la quijada se le desencajara completamente.
Sus alas eran de un blanco que parecía un poco sucio. Camira imaginó que se debía a que era un ángel caído y no un ángel, sin embargo, eran preciosas. Su plumaje se movía levemente con el viento y ella se preguntó si dolería si le arrancaba una de sus plumas. Desechó la idea en segundos; no arrancaría ni una sola pluma de sus alas, sería como rayar con un marcador una obra original de Picasso. El blanco sucio, no obstante, parecía brillar y captaría la atención de cualquiera, aunque, no es que un chico con alas no llamara la atención ya, ¿verdad?
-Increíble -dijo la muchacha mientras se levantaba del suelo como hipnotizada y extendía la mano para tocarlas. Se sentía como si no estuviera ahí, se sentía como si una fina capa de niebla la cubriera. Pero entonces la magia se desvaneció cuando Gio escondió sus alas rápidamente.
Camira lo miró a los ojos, saliendo de su trance y vio la furia que había en ellos. Apartó la vista al momento; no quería enterarse de nada que fuera privado, a ella no le gustaría que alguien supiera lo que ella pensaba.
Después, dirigió la mirada hacia donde había visto que él miraba.
Su corazón paró y reanudó su latir al instante más rápido de lo normal.
Lo que estaba ante ella no podía ser real, el causante de que a Gio se le borrara la sonrisa sincera del rostro no podía ser él, el chico que tenía delante no podía ser él. Era completamente imposible. Era algo sobrenatural, aún estando en un mundo sobrenatural.
Leo no podía ser real.

1 comentario:

  1. WOW !!! Que intrigante... Leo nooo puede estar ahi!!!! Me muero de curiosidaaaaaaaaaaaaaaaaaadddd por saber q pasara. publica pronto!!!
    Mariu

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